Gracias a la reciente publicación de la tabla de Insumo-Producto del Perú (INEI, 2012), estamos en condiciones de analizar la estructura económica del país en términos de ramas sectoriales, oportunidad que no teníamos desde hace mucho tiempo[1]. Esto nos permite establecer la contribución de cada rama económica al PBI nacional y a sus componentes por el lado de la demanda (consumo privado, inversión, exportaciones netas). Más valioso aún es que cuantifica las remuneraciones de los trabajadores y su productividad, lo que también nos da una idea de la distribución factorial de ingresos y la magnitud de nuestros mercados por segmentos.
Agrupando los 55 sectores y ramas de que consta la tabla original en diez “segmentos” productivos, estrechamente ligado entre sí, obtenemos el cuadro sintético que sigue y que presenta los indicadores mencionados. Se desprende la tremenda heterogeneidad estructural de la economía peruana y, por tanto, las extremas diferencias en la productividad de los factores de producción por sectores económicos, así como la inequitativa distribución de los ingresos que la caracteriza. Así, podemos imaginar realistamente la configuración del poder económico-político relativo existente en el país y que se sustenta en tales desigualdades, a la vez que las profundiza.
De la data recopilada, si bien corresponde al año 2007 y que, en términos relativos no debe haber cambiado mucho desde entonces, podemos llegar a las siguientes conclusiones:
- Del total de la fuerza laboral, que ascendía a 15 millones, el 62% se ubicó en solo tres segmentos: agropecuario (30,5%), comercio (17,4%) y servicios (17,2%), mientras que en el otro extremo las finanzas apenas daban trabajo al 0,5% de la PEA y la minería-hidrocarburos al 1,5%.
- No debe sorprender, por tanto, que la productividad por trabajador se diera en el sentido contrario, siendo las más elevadas las que se dieron en la minería-hidrocarburos y las finanzas, mientras que las más intensivas en trabajo —arriba nombradas— eran las que menos valor agregado por ocupado generaban. Pero no son esos valores absolutos en sí los que llaman la atención, sino las diferencias abismales existentes entre los segmentos, a tal punto que la minería respecto al segmento agropecuario representaba una relación de nada menos que 55 a 1 —a pesar de tratarse de un promedio—.
- Donde la relación capital-trabajo es bastante más alta se concentran también los mayores excedentes: 54% en la minería y 20% en las finanzas, y apenas cifras de un dígito en el resto.
- La minería explica el 64% de las exportaciones y la industria liviana aporta el 18%, siendo despreciables las de los demás segmentos. Como tal, es otro sesgo peligroso de la economía peruana, pues depende de la exportación de commodities, cuyos precios internacionales son tan volátiles y dependientes de los mercados internacionales.
De esas cifras se concluye que es necesario diversificar la estructura productiva del país (y los mercados a los que se dirige la producción), lo que solo será posible asignando y redistribuyendo “capacidades” y “capitales” (monetarios, físicos, humanos, institucionales, etc.) intersegmental e interregionalmente hacia los sectores rezagados productiva y competitivamente. La miríada de medidas que a ese respecto se proponen no solo permitiría incrementar y homogeneizar las productividades por ramas económicas, sino que generaría un mercado interno amplio (no tan dependiente de las turbulencias económico-políticas de la globalización) y una distribución del ingreso y los activos más equitativa, con lo que llegaría a reducirse la conflictividad y la informalidad, a la vez que se consolidan las instituciones y la democracia en el país.
Todo ello, sin embargo, no será posible mientras nuestros gobiernos insistan en la apertura comercial indiscriminada, en la atracción a toda costa de la inversión extranjera (a perjuicio de las iniciativas domésticas), en la insistencia por la explotación de recursos naturales no renovables, en la falta de interés por generar polos de desarrollo y la descentralización en el diseño concertado de cadenas productivas que favorezcan la distribución del poder central hacia las regiones, en el desprecio por una industria que podría ampliarse y modernizarse sobre la base de la abundancia y la diversidad de recursos naturales no tradicionales y humanos que poseemos. Pero para ello se requiere un gobierno fuerte que sepa negociar con el capital transnacional y que, paralelamente, sepa escuchar y concertar con las regiones interiores.
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