Cuando se categorizan las empresas, generalmente se hace en función a su tamaño, al giro del negocio, al sector al que pertenecen, a los mercados que atienden, a su constitución legal, al aporte del capital o tipo de sociedad. Esta clasificación es las que generalmente se utiliza para generar políticas públicas. Un claro ejemplo son las leyes especiales en favor de la micro y pequeña empresa, de las empresas con determinada localización o de determinado sector productivo. Sin embargo, las empresas que necesitamos para generar más empleo digno, mayores niveles de productividad y mayor desarrollo, requieren de otras características que van más allá de su tamaño, su localización, los mercados a los que se dirigen o el sector en el que se encuentran. Necesitamos empresas innovadoras, eficientes, competitivas, socialmente responsables y ambientalmente amigables, capaces de mejorar la calidad de vida y aumentar el bienestar de la sociedad en su conjunto. Acá es donde las políticas públicas deben enfocarse. Estas son las empresas que deben ser apoyadas y promovidas desde el sector público y privado.
En un entorno globalizado y cambiante, las empresas deberán estar listas para liderar mercados a nivel mundial y deberán tener la flexibilidad necesaria para adaptarse con rapidez a los cambios del entorno, además de atraer a los mejores trabajadores, a los mejores clientes y a los más eficientes proveedores.
Por otro lado, los avances en tecnología han promovido importantes cambios en el comportamiento de los individuos, en los sistemas de comunicación y en los procesos productivos de las empresas. Asimismo, cambios en la composición demográfica de la población han generado muchos retos que habrá que convertir en oportunidades, como la necesidad de crear clubes para personas de la tercera edad, de formar una mayor cantidad de geriatras en lugar de pediatras, de generar una mayor variedad de productos de entretenimiento para ancianos (en lugar de para niños), de autos con la comodidad para transportar personas mayores y sillas de ruedas, etc.
Estos cambios en el entorno, en los hábitos y gustos de los consumidores, en los procesos de producción y en la visión de los empresarios, darán lugar a importantes transformaciones en las empresas. El crecimiento empresarial “a cualquier costo” y “sin límites” ya no es sostenible. En un mundo con tanta data disponible e información oportuna y confiable para la toma de decisiones, será muy importante que los empresarios tengan una clara visión estratégica del negocio en el que están. Esta visión, erróneamente llamada “visión de la empresa”, en realidad es aquella del empresario o equipo de emprendedores y ejecutivos detrás de la organización, que deberá adaptarse a las condiciones del entorno y de mercados mucho más exigentes.
En 50 años se espera que los empresarios sean personas comprometidas con la total satisfacción de sus clientes y de sus trabajadores, que asuman la responsabilidad individual por el uso de recursos no renovables; que aporten al desarrollo y al crecimiento de sus proveedores para establecer fieles relaciones de largo plazo; que colaboren con sus competidores en lugar de competir con ellos; que promuevan la inversión en investigación y desarrollo; que brinden una calidad de vida personal y profesional “digna” a sus trabajadores, y que estén pensando permanentemente en cómo innovar y desarrollar nuevas soluciones para clientes cada vez más informados y exigentes. Los empresarios deben tener una presencia activa y un liderazgo trasformador en el desarrollo y el bienestar de la sociedad.
En un mundo en el que los habitantes se consideran “ciudadanos del mundo”, con diferencias y similitudes más allá de sus orígenes, de su formación y de sus intereses personales, es necesario que los empresarios y ejecutivos de empresas estudien en profundidad las necesidades, los deseos y los estilos de vida de sus actuales y potenciales clientes; que compitan a nivel global por obtener los estándares de calidad más altos de la industria; que tengan la capacidad de “leer entre líneas” las necesidades de sus clientes y tengan una obsesión por satisfacerlas de manera responsable; que vayan más allá del cumplimiento de la ley, y que sus acciones y decisiones vayan más allá de la simple búsqueda por la mayor rentabilidad económica posible. Las organizaciones deberán tomar en consideración los impactos y costos sociales y ambientales de las decisiones de sus fundadores, de sus empleados y del resto de stakeholders vinculados a la institución. Este es un compromiso que los empresarios y ejecutivos debemos asumir.
Las empresas, en función a sus capacidades centrales, podrán adoptar diversos modelos como, por ejemplo, ser el proveedor de productos o servicios a una empresa de mayor envergadura, de manera que la gran empresa asegura la compra de los productos o servicios de la mediana y pequeña empresa. En este sentido, las grandes empresas “impulsan” y “jalan” al desarrollo a las más pequeñas.
También podrían adoptar el modelo de franquicias, en la medida que disminuye el riesgo y facilita el ingreso a nuevos mercados. Un tercer modelo es el canadiense, con una mayor participación del Estado en el desarrollo de las PYMES. El problema de este modelo, en un contexto empresarial conformista y asistencialista, es que no permite el fortalecimiento de una clase empresarial emergente, pues la vuelve poco emprendedora y arriesgada.
Un cuarto modelo, el italiano, busca la cooperación entre los competidores, para lograr un mayor poder de negociación frente a clientes y proveedores. En países como el Perú, este modelo es difícilmente aplicable pues las empresas podrían ser acusadas de estar concertando precios y, en consecuencia, ser sancionadas legalmente.
Cualquiera sea el modelo empresarial, la responsabilidad social y la sostenibilidad del planeta no serán un discurso. Serán una realidad que empresarios, ejecutivos y ciudadanos deberán interiorizar.
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